UNIVERSAL
El ser humano está llamado a la trascendencia, al discurrir, al dar la vida por la persona que sufre, esta es su “Misión” en la Historia.
Los Reyes Católicos mandaron proveer dos barcos para Cristóbal Colón en el Puerto de Moguer; ese mandato se hizo desde el Real Monasterio de Guadalupe. Por eso, Colón encomendó a la Virgen de Guadalupe el éxito de su viaje. En agradecimiento, tras su cuarto viaje, Cristóbal Colón trae a Guadalupe a dos indios para ser bautizados en la pila bautismal que hoy forma parte de la fuente de la plaza de Guadalupe.
Muchos fueron los aventureros, Francisco Pizarro, Virrey del Perú, Hernán Cortés, virrey de Méjico y Pedro de Valdivia e Inés de Suárez, conquistadores de Chile.
Inés de Suárez nació en Plasencia. Al llegar al Caribe su esposo había fallecido e Inés se pone a las órdenes de Pizarro. Participa con Pedro de Valdivia en la conquista de la Araucania, hoy territorio de Chile. Se casó con Rodrigo de Quiroga y se estableció en Santiago de Chile donde hoy se conservan dos iglesias que nuestra placentina fundó: la Viñita, ermita de Montserrat y la Iglesia de la Merced.
Núñez de Balboa, primer colonizador de una ciudad en el Océano Pacífico y Hernando de Soto, conquistador de la Florida, son otros dos personajes ligados a la diócesis.
Hombres y mujeres de fortaleza. Pero ¿habrían sido capaces sin la ayuda de los Hombres y Mujeres de Dios?
Con el paso de los barcos, llegó el paso de las personas; y con el paso de las personas llegó la lengua española y la fe católica. Y entonces también llegaron las gramáticas de lenguas indígenas, las escuelas y universidades, las catequesis y eucaristías.
A América llevó la Diócesis de Plasencia el Evangelio en obras y en boca de muchas personas.
Hernán Cortés, pidió a la familia Monroy que enviaran a América a unos frailes del Convento Franciscano de Belvís de Monroy, escogidos por su disposición a vivir en humildad extrema. Pidieron ir descalzos y con su propia ropa raída a donde les correspondiera.
Lo más importante de los Doce de Belvís no fue que impusieran la fe católica, sino que aprendieron las lenguas indígenas para hablar al corazón de las personas y así poder transmitir que la grandeza de Dios se basa en la dignidad del ser humano y el amor a sus semejantes.
Santa Rosa de Lima fue la primera santa canonizada nacida en América, pero también es un poquito nuestra, por sus raíces extremeñas. Vivió una vida donde buscaba la oración, la humildad y el servicio a los demás, incidiendo especialmente en la justicia con los indios. Fue una persona que ayudó a muchos otros santos americanos: Santo Toribio de Mogrovejo (nacido en España y nombrado Arzobispo en Perú, que destacó por su compromiso con los más pobres y una proyección espiritual marcada por la justicia social) o San Martín de Porres, el primer santo mulato.
Años más tarde, los españoles atravesamos también el Océano Pacífico y llegamos a las Islas Filipinas, donde nos asentamos y se extendieron especialmente las misiones agustinas. Lo más importante de todo es que, desde entonces, fuimos uno, pues nuestras sangres se unieron, nuestra fe se compartió, nuestra lengua se extendió y llegamos a todas las partes del mundo porque, como dijo Jesús: “donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.
Quizás ahora la misión no sea transoceánica, sino que tengamos que buscar dentro de nosotros mismos ese gran descubrimiento personal y comunitario que es la Fe.
La Iglesia de Plasencia extendió su misión a América y al mundo.